Los animales tienen que ocupar la mayor parte de sus esfuerzos en la supervivencia: cazar, huir, buscar, migrar, luchar para aparearse, etc. La supervivencia solo está asegurada momentáneamente, por periodos breves: cuando se ha burlado al depredador, cuando se ha matado al búfalo, cuando se ha llegado a pastizales seguros. En esos momentos, el animal puede descansar (otra forma de contribuir a la supervivencia: ahorrar energía, reponer fuerzas). Su esencia consiste solamente en un modo particular de sobrevivir, una dotación física y una dieta adaptándose a un sistema ecológico.
Por el contrario, los seres humanos no se caracterizan por lo
que hacen para sobrevivir, sino por lo que hacen en las pausas. Primero dedicaron
los atardeceres a inventar ruedas y arados, artefactos útiles, hasta que se
aburrieron y terminaron decorando los mangos de las hachas y pintando cosas en
la pared de la cueva. Algún aguafiestas dirá que esas decoraciones y esas pinturas
también eran herramientas de una tecnología mágica, pero esta explicación es
probablemente la excusa que daba el pintor troglodita a sus compañeros menos
imaginativos.
De la necesidad provienen, tal vez, el torno alfarero y la máquina
de vapor, pero es el ocio el que nos ha dado todo lo demás. Es fácil intentar
buscar la esencia humana en el animal que crea herramientas, pero lo difícil e
interesante es tratar de entender al ser humano que sueña, al homo ludens, el
ser que juega explorando su lugar en el mundo. Eso es lo que hacen las «humanidades».