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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Revolución

Como sucede con otros términos, la palabra "revolución" se ha cargado de significados que quienes la usan por lo general no critican. "Revolución" sugiere más de lo que significa. Una revolución es, en general, un tipo de transformación histórica. Se suele contrastar este concepto con el de "evolución" para dar a entender el carácter especialmente "radical" de esa transformación. El diccionario de la RAE dice, breve como suele: " Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación." Del Random House Dictionary se obtienen, entre otras, estas dos acepciones: "Repudio y sustitución de un gobierno establecido o de un sistema político por parte del pueblo gobernado" y, como acepción sociológica, "Cambio radical y generalizado de una sociedad y de su estructura, especialmente cuando es súbito, a menudo acompañado por violencia." En Ferrater Mora, resumiendo la concepción política general

Sobre el uso hispanoamericano de la palabra "pueblo"

¿Qué significa entre nosotros la palabra “pueblo”? Aparte de la referencia a centros habitados de cierta extensión, su muy frecuente uso en el discurso cotidiano no parece apoyarse en una definición generalmente aceptada por la comunidad lingüística que la emplea ni es seguro que a nivel individual se encuentren ideas claras asociadas a ella. Claro que sólo muy pocas palabras cuentan con una definición precisa, y muchas menos son usadas respetando esa definición; ello sólo ocurre en ámbitos lingüísticos como la ciencia o el derecho en los que la claridad de la referencia es crítica y no pueden permitirse malentendidos. En política, por desgracia, la claridad no es exactamente un ideal; y esto puede ser peligroso cuando el discurso genera simultáneamente emotividad e incomunicación precisamente en el espacio desde el que se pretende ordenar la vida de una sociedad. En primer lugar, veamos a qué se alude. “Pueblo” trata de un grupo social, de modo que debería haber forma de decidir

Izquierda y derecha

La política, como el tenis, es  en primer lugar una práctica, y sólo accesoriamente una disciplina teórica. Maquiavelo vino a decir, a su manera, que la inteligencia política consiste precisamente en no disciplinarse: la coherencia, propia de la teoría, es en el fondo una exigencia ética que en las aguas de la práctica política sólo sirve como lastre. Un político moralista sería como un tenista tieso o un ajedrecista predecible. El afán teórico, en un político, sería una neurosis. El político triunfa por audaz, por oportunista o por afortunado, nunca por teórico. El filósofo rey de Platón, si se observa, es un rey a secas. Lo que Platón imagina realmente en el poder no es un amante de la sabiduría sino, directamente, un sabio, que ahorre a su pueblo los ajetreos de la discusión y los tormentos de la incertidumbre propios del filósofo. Esa sabiduría definitiva, claro, no existe; se podrá ser rey por la gracia de Dios, pero no por la gracia del logos. De modo que en política tenemos que