Homo philosophicus

Quiero defender la idea de que los seres humanos, por detrás de nuestras otras formas de lidiar con la realidad, somos esencialmente filósofos. Obviamente, no somos filósofos porque nos ocupemos regularmente en la investigación filosófica, sino porque la filosofía es nuestra disposición fundamental. Lo que ocurre es que esta disposición normalmente queda postergada, oculta y, tal vez, negada, por una diversidad de demandas vitales, psicológicas, sociales, etc., que nos imponen su urgencia.

La filosofía es una reacción de nuestra inteligencia motivada por el desconcierto que nos produce la realidad. Los griegos lo llamaban «asombro» (thauma). Ese asombro surge cuando no entendemos algo, cuando algo no encaja en nuestras expectativas. Esta reacción de la inteligencia tiende a producir una explicación de sentido común, un «relato» mítico o una teoría científica, que sirvan como «mapa» para convertir la situación desconcertante en situación familiar o conocida, de manera que en el futuro no sea necesario asombrarse ni desconcertarse, sino tan sólo «aprenderse el mapa», es decir, adaptarse. Adaptarse es aprender a moverse en ese orden, al que finalmente terminamos por considerar LA realidad, a secas. De ahí en adelante, los saberes relevantes son otros, los saberes adaptativos: la ciencia, la religión, las costumbres, las técnicas.

Pero de vez en cuando suceden cosas imprevistas en esa teoría, relato o mapa con que orientamos nuestra cotidianidad, y quedamos expuestos al misterio de lo que no está cartografiado. Esas anomalías son precisamente las que nos revelan que existe una Realidad, con mayúsculas, un espacio desconocido del que sólo ocupamos una pequeñísima parte -que hemos hecho confortable a fuerza de normas y tecnologías- y que suele colarse a veces por las grietas de nuestro precario habitáculo. Es lo que nos sucede ante las desgracias súbitas, ante un mal irremediable e inexplicable, y también ante lo sublime y lo que nos parece maravilloso, ya sea un paisaje, un acto generoso o el nacimiento de un hijo; acontecimientos que nos devuelven al asombro.

En consecuencia, somos filósofos porque nuestra esencia no está en pertenecer a esta escenografía que es el mundo; somos filósofos porque la ilusión de ese refugio no es lo bastante sólida como para impedir las irrupciones de la realidad. Y algunas veces también somos -más propiamente- filósofos porque tenemos la curiosidad de asomarnos por sus rendijas.




Homo philosophicus

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