La noción de "poder" (III)

La intervención sobre otras voluntades puede darse en variantes que van desde la extorsión directa hasta la cooperación espontánea por parte de la voluntad subordinada. Lo que complica el análisis de las relaciones de poder es su carácter dialéctico, o sea, el hecho de que el poder de un individuo depende en gran medida de la disposición de quien se encuentra sometido. Por encima de los aspectos materiales más o menos presentes y visibles en la relación, se encuentran las disposiciones individuales de los actores, básicamente, 1. la conciencia/inconsciencia de la relación y, 2. el grado en que cada quien se involucra en ella.

Una estrella de rock puede no ser consciente del poder que tiene sobre sus fans y, en caso de tenerlo, no estar dispuesto a utilizarlo. Algunas personas responden de buen grado a los deseos de otras sin darse cuenta de que están siendo manipuladas, y es posible que, de advertirlo, cambiaran radicalmente de actitud. Hay quien se somete a las arbitrariedades de un jefe cuando podría cambiar las cosas mediante una denuncia formal, que no hace por temor o por ignorancia. Muchas relaciones de poder pueden invertir su sentido cuando el sometido se hace consciente de sus posibilidades, lo que ocurre con frecuencia en los procesos políticos (el viejo tema de la importancia de la “conciencia” en las revoluciones, ser capaz de superar las barreras ideológicas). Pero, si la acción inconsciente puede ser dirigida por una voluntad ajena, la consciencia, a la inversa, no sirve de mucho si no hay voluntad de actuar.

Teniendo en cuenta lo anterior, es fácil comprender que el juego del poder se juega mayormente manipulando conciencias, más específicamente, manipulando las creencias del otro acerca de la situación en la que se encuentra. La parte con más poder es la que, por un lado, tiene una conciencia más exacta de la situación y, por otro, puede inducir en la otra parte una visión convenientemente deformada de las cosas. Se trata de que los sujetos a someter crean, por ejemplo, que actúan libremente por sus propios intereses, que la parte con poder tiene más recursos que lo que es el caso o que ciertas expectativas son justificadas. También es útil promover un clima afectivo favorable, evitando las amenazas y favoreciendo los sentimientos de agradecimiento y de respeto, así como los sentimientos de responsabilidad y de culpa vinculados a las conductas esperadas. Los grandes poderes no se apoyan sólo en mecanismos de violencia, sino, ante todo, en aparatos ideológicos que estipulan este tipo de pautas y presentan como objetiva una situación puramente ideal formada a base de símbolos y que, en realidad, podría cambiarse. 

La noción de "poder" (II)


En cuanto a la naturaleza material o inmaterial del poder, surge aquí un asunto netamente filosófico. ¿En qué consiste la “base material” del poder? Podríamos pensar en el dinero, pero el dinero, lejos de ser algo material, es un símbolo que sólo funciona como beneficio (o perjuicio, si es una deuda o una pena pecuniaria) a través de una muy compleja mediación de normas jurídicas y económicas que hacen que ciertos agentes respondan de acuerdo a cierto rol (el comerciante que entrega un bien a cambio de “efectivo” o de una operación electrónica, el juez que fija una pena en metálico, los policías que aseguran la ejecución de un embargo, etc.)

Lo material no está en los billetes que entregamos ni en el bien que obtenemos por él, pues ambos son extremos de dicha cadena de acuerdos. Dicho en términos de John Searle, el dinero es una institución (véase su libro La construcción de la realidad social). Lo estrictamente material, lo que representa el eslabón físico en el entramado de las relaciones de poder, es la intervención directa sobre el cuerpo del sometido, cuando se le detiene, se le traslada, se le encierra, se le tortura, se le priva de lo necesario o se le mata. Materialmente, el poderoso tiene que poder controlar directa o indirectamente, de alguna manera y en algún momento, el acceso al cuerpo de aquel cuya voluntad se quiere emplear, tiene que poder dirigir la violencia necesaria para forzar esta voluntad. Por suerte, en nuestra vida civilizada los engranajes de la violencia en los que descansa el poder público se mantienen ocultos y, si es posible, en reposo. El monopolio de la violencia legítima lo tiene el Estado, a través de los únicos individuos que pueden ejercerla, los policías (los militares no pueden usar la violencia dentro de su país, salvo estados de excepción), pero ese brazo ejecutor de la ley no siempre tiene que intervenir activamente; para la mayoría de nosotros siempre ha bastado la coacción legal y ni siquiera imaginamos la posibilidad de que nuestra relación con el Estado se torne física. 
Pero la violencia existe, más allá de la asepsia de nuestra vida ciudadana. El asaltante a mano armada emplea un recurso (el arma) que le permite intervenir directamente sobre la voluntad que quiere forzar, (a diferencia del estafador, el falsificador, o el político corrupto, que juegan de manera oculta en el nivel de las estructuras “ideales” forjando documentos o haciendo falsas promesas). El arma es "violencia al portador" y establece un cortocircuito en la legalidad al someter a la víctima a una coacción más inmediata para ella de lo que es para el delincuente la coacción de la violencia estatal. Luego la víctima podrá eventualmente movilizar el complejo aparato institucional que, en última instancia, echará mano al delincuente. 

Esta exclusión formal de la violencia de las relaciones privadas hace evidente la preeminencia de las formas ideales y psicológicas del poder sobre las "materiales". El estado de derecho se funda sobre la confiscación de la violencia individual, y el grado de civilización de una sociedad se mide por la inconsciencia relativa de sus miembros respecto a los modos físicos de ejercer el poder. 





Homo philosophicus

Quiero defender la idea de que los seres humanos, por detrás de nuestras otras formas de lidiar con la realidad, somos esencialmente filósof...