La intervención sobre otras voluntades puede darse en variantes que van desde la extorsión directa hasta la cooperación espontánea por parte de la voluntad subordinada. Lo que complica el análisis de las relaciones de poder es su carácter dialéctico, o sea, el hecho de que el poder de un individuo depende en gran medida de la disposición de quien se encuentra sometido. Por encima de los aspectos materiales más o menos presentes y visibles en la relación, se encuentran las disposiciones individuales de los actores, básicamente, 1. la conciencia/inconsciencia de la relación y, 2. el grado en que cada quien se involucra en ella.
Una estrella de rock puede no ser consciente del poder que tiene sobre sus fans y, en caso de tenerlo, no estar dispuesto a utilizarlo. Algunas personas responden de buen grado a los deseos de otras sin darse cuenta de que están siendo manipuladas, y es posible que, de advertirlo, cambiaran radicalmente de actitud. Hay quien se somete a las arbitrariedades de un jefe cuando podría cambiar las cosas mediante una denuncia formal, que no hace por temor o por ignorancia. Muchas relaciones de poder pueden invertir su sentido cuando el sometido se hace consciente de sus posibilidades, lo que ocurre con frecuencia en los procesos políticos (el viejo tema de la importancia de la “conciencia” en las revoluciones, ser capaz de superar las barreras ideológicas). Pero, si la acción inconsciente puede ser dirigida por una voluntad ajena, la consciencia, a la inversa, no sirve de mucho si no hay voluntad de actuar.
Una estrella de rock puede no ser consciente del poder que tiene sobre sus fans y, en caso de tenerlo, no estar dispuesto a utilizarlo. Algunas personas responden de buen grado a los deseos de otras sin darse cuenta de que están siendo manipuladas, y es posible que, de advertirlo, cambiaran radicalmente de actitud. Hay quien se somete a las arbitrariedades de un jefe cuando podría cambiar las cosas mediante una denuncia formal, que no hace por temor o por ignorancia. Muchas relaciones de poder pueden invertir su sentido cuando el sometido se hace consciente de sus posibilidades, lo que ocurre con frecuencia en los procesos políticos (el viejo tema de la importancia de la “conciencia” en las revoluciones, ser capaz de superar las barreras ideológicas). Pero, si la acción inconsciente puede ser dirigida por una voluntad ajena, la consciencia, a la inversa, no sirve de mucho si no hay voluntad de actuar.
Teniendo en cuenta lo anterior, es fácil comprender que el juego del poder se juega mayormente manipulando conciencias, más específicamente, manipulando las creencias del otro acerca de la situación en la que se encuentra. La parte con más poder es la que, por un lado, tiene una conciencia más exacta de la situación y, por otro, puede inducir en la otra parte una visión convenientemente deformada de las cosas. Se trata de que los sujetos a someter crean, por ejemplo, que actúan libremente por sus propios intereses, que la parte con poder tiene más recursos que lo que es el caso o que ciertas expectativas son justificadas. También es útil promover un clima afectivo favorable, evitando las amenazas y favoreciendo los sentimientos de agradecimiento y de respeto, así como los sentimientos de responsabilidad y de culpa vinculados a las conductas esperadas. Los grandes poderes no se apoyan sólo en mecanismos de violencia, sino, ante todo, en aparatos ideológicos que estipulan este tipo de pautas y presentan como objetiva una situación puramente ideal formada a base de símbolos y que, en realidad, podría cambiarse.