La crítica moderna (de hecho, con
precedentes medievales) prestará especial atención a esta relación entre lo
ideal y lo real, poniendo cada vez más en entredicho las tendencias realistas.
Desde Descartes hasta Kant, una filosofía progresivamente más aguda y escéptica irá aclarando la estructura del sujeto en la misma medida en que renunciará a
hacer discursos sobre “lo real”, asumiendo la prelación de lo subjetivo a la
hora de definir el conocimiento. Nuestro conocimiento es, por decirlo así, sólo
una imagen de lo real (y tal vez muy distorsionada).
A principios del s. XX se da una
vuelta de tuerca adicional. Nuestro conocimiento del mundo es una imagen lingüística
de lo real. Si los clásicos modernos pensaban que la tarea previa de la
filosofía era aclarar las condiciones subjetivas del conocimiento (qué y cómo
es el sujeto), los filósofos que darán inicio a la corriente analítica se
concentran en el lenguaje, esto es, en la instancia objetiva del proceso
subjetivo de conocimiento. No podemos estudiar un proceso mental, pero sí
podemos analizar el producto lingüístico resultante de ese proceso mental. Para
algunos de estos filósofos, la esencia de esa “materia” que usamos para representar
lo real o nuestros pensamientos sobre lo real es la Lógica.