Con un sentimiento puede pasar lo mismo que con un dolor de muelas: 1) Lo estamos teniendo ahora, lo sufrimos de hecho o, 2) no lo tenemos, pero somos capaces de empatía porque lo hemos tenido o, 3) no lo hemos tenido nunca y no somos capaces de empatía (no “entendemos”). Cabe destacar que incluso en los casos de empatía, el conocimiento de los estados internos de otro es sólo una suposición que hacemos sobre la base de verbalizaciones: alguien nos dice que le duele la muela, pero nunca sabremos si ese dolor es como el que nosotros recordamos haber padecido. Para poder entender algo hace falta que sea accesible para todos, y si es una experiencia privada, lo único que podemos entender es el conjunto de sus manifestaciones exteriores. Entender es reconocer estructuras y captar relaciones; un dolor, o un sentimiento, son percepciones puras que no pueden analizarse.
Este es un problema serio cuando
se quieren entender ciertos estados anímicos que afectan profundamente a las
personas, un problema que se relaciona con el esfuerzo por conocer las enfermedades
mentales. Hablamos a veces de “estar deprimidos” como si fuera un sentimiento más
o menos común que todos hemos sentido alguna vez, pero seguramente tiene poco
que ver con lo que padecen quienes sufren sus formas más severas. Probablemente
usamos un mismo nombre para cosas cualitativamente distintas.
Algo similar sucede con los sentimientos
religiosos. Dos personas pueden decir que creen en Dios sobre la base de un
determinado sentimiento, pero no tienen forma de comprobar de qué están
hablando exactamente (algo distinto a creer en Dios por motivos racionales,
caso bastante más raro). Sin embargo aquí, como el creyente no pretende un
conocimiento universal, puede tal vez aceptar que su relación con Dios sea
individual y quizá distinta de la que tienen otras personas.
Los estados subjetivos privados son
muy importantes para nosotros (lo que sentimos por otras personas, por ejemplo)
pero, por el hecho de ser privados, no siempre valen como argumento. El amor de
una madre por su hijo puede justificar o hacer comprensibles algunas conductas,
pero el supuesto amor a la patria de algún exaltado no puede tomarse demasiado
en serio. Para convivir necesitamos comunicarnos, y para comunicarnos tenemos
que ser cuidadosos con el valor que damos a lo incomunicable.