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Tomarse en serio la complejidad: el caso de la controversia sobre el aborto

Aquí no pretendo exponer mi posición sobre este tema, sino solamente utilizarlo como ejemplo de un “problema complejo” que solo puede afrontarse de manera analítica, desconfiando de posiciones dogmáticas y soluciones simples.   

Si algo caracteriza la controversia en torno al aborto es su complejidad. Para ser más exactos, los elementos que entran en juego en la controversia (conceptos, valores, circunstancias típicas, etc.) forman un entramado complejo. La controversia en sí misma, lamentablemente, tiende a simplificarse en posturas antagónicas en las que hay más vehemencia que análisis; muchos partidarios o detractores del aborto intencional se comportan como si su posición fuera obviamente correcta y las demás fueran absurdas -con la consiguiente descalificación sobre las personas que las sostienen. Lo primero que se debe reconocer es que no todos los problemas tienen una solución única y perfecta y que en asuntos humanos nos vemos constantemente obligados a invertir mucha reflexión para elegir, con suerte, lo menos malo.

Todas nuestras decisiones, deberían seguir un proceso racional, esto es, al decidir deberíamos buscar cierta información, valorarla, proponernos algunas alternativas, intentar predecir consecuencias de cada una de ellas y, finalmente, elegir y actuar.

Cuando hay una sola respuesta correcta, el proceso es lineal, pero con mucha frecuencia elegir supone sopesar opciones que entrañan ventajas y desventajas, y siempre cabe la posibilidad de que nuestra información sea incorrecta o insuficiente, de manera que, a posteriori, podemos encontrarnos en esa molesta situación en la que comprobamos que la mejor opción era otra.

La decisión se complica aún más cuando no se limita a asuntos prácticos, sino que implica consideraciones éticas, es decir, valores. Aquí, a la incertidumbre que nos genera la imposibilidad de tener toda la información relevante se agrega un factor de discordancia: no todos los valores se comparten con todo el mundo con el mismo grado de adhesión o con la misma prioridad en relación con otros valores.

Otro elemento que se añade al cuadro de complejidad es el hecho de que la decisión puede afectar a más de una persona y puede hacerlo de diferentes maneras sobre cada individuo. A veces se sabe que el resultado será igualmente costoso o beneficioso para todos los que forman el colectivo, pero en ocasiones está claro que hay uno o más que cargarán con la mayor parte del peso de las consecuencias (lo cual no quiere decir que los menos afectados no tengan derecho a intervenir en la decisión).

En este esquema tendríamos entonces tres aspectos a tomar en cuenta: 1) el aspecto “epistemológico”, relativo a la selección de información y previsión de consecuencias (aquí las posiciones son neutrales porque los criterios de decisión son más o menos universales, al estar basados en fuentes de conocimiento general, como la ciencia); 2) el aspecto ético, relativo a la diversidad o a la diversa priorización de los valores que puedan estar implicados en la decisión y; 3) el aspecto práctico-dialéctico, que vincula la posición de cada uno de los que participan en la deliberación con las consecuencias prácticas de la decisión (por decirlo así, el derecho de opinar de cada uno en función del impacto que la decisión tenga sobre él). No es difícil ver que cuando se trata del aborto, el “espacio” de la decisión presenta una gran complicación.

Dejando de lado los hechos sobre los que uno debería informarse (desde la biología del embrión hasta los temas sociales o legales), vemos que los valores relacionados con el aborto exigen aclaración. Que la vida humana es un valor supremo es algo que pocas personas de este lado de la cárcel negarían, pero afirmar este valor abre de entrada dos discusiones: 1) el significado de “humano” referido al embrión cuyo desarrollo se pretende suspender, 2) la tensión entre ese valor y otros que también están en juego, en particular el derecho especial de la madre a decidir sobre algo que la afecta de manera trascendental (o, puesto de otro modo, el derecho de la madre a que otros no decidan por ella). Esto solo de entrada, pero también tratamos de valores cuando debatimos sobre los MOTIVOS para el aborto: riesgo mortal para la madre, embarazo producto de violación, malformaciones del feto, consecuencias económicas/sociales, etc. No todos los motivos tienen el mismo peso: salvar la vida de la madre puede generar acuerdo, pero pocos aprobarán un aborto por razones estéticas. Y la discusión sobre el tipo de alteraciones del feto admisibles como justificación podría llegar a ser altamente intrincada (alteraciones físicas o mentales, diagnosticadas o probables, etc.)

Para terminar, hay que pensar en quiénes resultan afectados y cómo participan de la decisión. Debe considerarse, por una parte, al “niño en potencia”, que es el objeto directo de dicha decisión y que da lugar a una controversia especial sobre su estatus jurídico (en algunas legislaciones existe el “feticidio”, distinto del infanticidio); a la madre, que tiene la mayor responsabilidad sobre la decisión; al padre; a la familia más inmediata (padres de ella especialmente) y, finalmente, al Estado, que debe proteger los derechos e intereses de todos y, por tanto, debe fijar el marco general para proceder en estos casos (basándose en los resultados de un examen cuidadoso de todo lo anterior y, seguramente, más).

La racionalidad exige evitar caer en dos extremos: la complicación de lo simple y la simplificación lo complejo. Lo primero da lugar a una pérdida de tiempo, pero lo segundo es más grave: genera polémicas exasperadas que desgastan las relaciones interpersonales y, en último término, conduce a decisiones equivocadas.






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