Donde todos hablan a la vez, se demuestran dos cosas: 1) Nadie escucha a nadie; 2) Son lo bastante estúpidos como para que no les importe.
Las masas son esencialmente pasivas; sólo pueden propagar las emociones que les induce el demagogo.
La demagogia es tan o más peligrosa que la dictadura. Algunos países son enfrentados al dilema entre ambos males.
Si se quiere una democracia eficiente, debe evitarse a toda costa la formación de masas.
El demagogo seduce a la masa con propaganda, pero si la respuesta emocional es muy grande, acaba creyéndosela él mismo.
El nacionalismo promueve que el individuo gris se sienta parte de un colectivo glorioso. De allí que el nacionalismo atraiga a tantos individuos inestables.
En algunas culturas, el “poder” tiene una ética perversa que lo liga a la corrupción: si la ley te inhibe y no puedes lograr tus fines PARTICULARES, no tienes poder.
La participación democrática racional consiste en verbalizar y dar coherencia a la interpretación de los conflictos.
Al demagogo le interesa crear
situaciones masivas en las que las personas no puedan expresarse
individualmente y tiendan a reaccionar emocionalmente con los demás. Así la masa se torna muda y quienes están en ella quedan sometidos a la presión de grupo que controla el orador.
Hay debates en los que lo único inteligible es el odio.
“Existir es sentir; nuestro sentir es obviamente anterior a nuestra inteligencia, y tenemos sentimientos antes de tener ideas.” Jean-Jacques Rousseau / Conclusión: mirar bien qué sentimientos propician las mejores ideas y proyectos y cuáles nos convierten en asnos.
Los populistas inventan un ente metafísico (el pueblo), le atribuyen propiedades mágicas, y luego dan carnet de afiliado a los ingenuos.
Las emociones no prueban absolutamente nada respecto a los hechos o palabras que las ocasionan.
Hay discursos cuya verdadera y única finalidad es la satisfacción psicológica del que los enuncia.
Ante la crítica, las personas
sensatas dudan y revisan sus opiniones. Los necios, en cambio, reaccionan
buscando a otros necios para compartir su error con una tribu.
En un país polarizado, es raro que sólo una mitad tenga razón. Lo más probable es que todos sean presa en alguna medida del odio y la insensatez.
La teoría aporta a la política dos elementos de “distracción retórica”: 1) da coherencia al discurso político, lo que lo hace sonar plausible y, 2) induce a descuidar la crítica de sus premisas.
Lo normal sería pensar primero y luego tomar opción política. Hoy es al revés: primero se elige bando y luego se busca algo que pensar.
Los necios afirman sin dar razones, por eso suenan más seguros que el que razona. De este modo seducen a otros necios.
La identidad nacional invita al individuo gris a participar en un colectivo glorioso. De allí que el nacionalismo atraiga a tantas personalidades perturbadas.
La militancia consiste en someter la conciencia personal a la disciplina de partido, lo que la hace esencialmente antidemocrática y explica por qué conduce inexorablemente a regímenes dictatoriales.
El nacionalismo geográfico es absurdo y el nacionalismo étnico es racista. Sólo cabe gestionar de la manera más justa posible los territorios políticos en los que casualmente nos ha tocado vivir.
El balance perfecto de la miseria
política se da cuando la derecha no cree en la justicia y la izquierda no cree
en la ley
El político es como un contador:
que sea honesto y competente no significa que nuestros negocios vayan a
mejorar; pero si es un pillo, un incapaz, o ambas cosas, nos arruinará con
seguridad.
El sentimiento es cierto para el
que lo experimenta. De allí que piense que todo lo ligado a ese sentimiento
también lo es.
En contra de lo que venden los
populistas, un agregado de individuos ignorantes no produce un colectivo sabio.
En la organización de los
estados, lo único más peligroso que los
políticos es la noción de "pueblo".
En política no se debate para
traer al otro a nuestro bando, sino para que las cosas marchen a pesar de
nuestras diferencias.
Dialogar con el que piensa como nosotros refuerza lazos de unidad, pero la conciencia progresa cuando debatimos con el que piensa diferente.
Es frecuente que un sistema
corrupto esté infestado de incompetentes, porque al político corrupto no le
resulta fácil encontrar gente deshonesta y capaz (que además siempre es
peligrosa). Los torpes agradecen el cargo y por ello son más leales.
Es malo que no te escuchen cuando
tienes razón, pero puede ser peor que te hagan caso cuando no la tienes.
Es regla de la buena dialéctica
hacer la mejor interpretación posible de los argumentos del otro. El diálogo es
voluntad de comunicación.
El problema no es la existencia de Dios, sino sus argumentos. Su mera existencia no sería razón para obedecerlo.
Hasta que no buscamos razones
para ellas, nuestras creencias habituales deben ser consideradas como probablemente erróneas.
Hemos formado nuestras opiniones
de modo casual a través de los años. Es natural que estemos llenos de
contradicciones.
La racionalidad no consiste en
saber, sino en ser conscientes de nuestros límites. Y esa conciencia es lo que
nos lleva hacia los otros, nuestros interlocutores.
La vida material exige moderación
y regularidad. Lo ilimitado sólo es posible al espíritu, a través del
conocimiento.
El fundamento de la comunicación no es lógico, sino ético: decir la verdad y escuchar al otro.
Actitud crítica es hacer o hacerse preguntas para entender lo que se critica. La negación, el ataque personal o el puro rechazo no son crítica porque suponen desprecio, y la crítica sólo puede funcionar examinando su objeto con atención e interés.
Lo que nos constituye como seres
humanos son los tres valores no ligados a la utilidad: verdad, bondad y
belleza.
La analogía más engañosa es ver lo cualitativo como cuantitativo. En el mundo hay un mejor ciclista, pero no un mejor escritor.
La argumentación es la búsqueda de articulación en una masa de informaciones aisladas y, en parte, contradictorias.
El valor de la vida como axioma abstracto es débil, para tener fuerza ética debe hacerse sentimiento a través de la compasión.
Debemos desarrollar formas cómodas de reconocer que estamos equivocados y formas educadas de señalar los errores de otros.