Las masas son
esencialmente pasivas; sólo pueden propagar las emociones que les induce el
demagogo.
Los
miembros de una masa no atienden razones; se comunican con consignas y slogans.
La política debe basarse
en el logos (la razón) y el ethos (lo ético) nunca en el pathos (la emoción).
Si
se quiere una democracia eficiente, debe evitarse a toda costa la formación de
auditorios masivos.
El
demagogo seduce a la masa con propaganda, pero si la respuesta emocional es muy
grande, acaba engañándose él mismo.
Los
políticos de la izquierda clásica podían moverse entre la propaganda y la
teoría. Hoy el 2º término no existe.
La demagogia es tan o
más peligrosa que la dictadura. Algunos países son enfrentados al dilema entre
ambos males.
Una propaganda sana consiste en un resumen estilizado de la posición que
intenta promover.
Cierta política apela a la provocación por hábito.
De este modo, sólo se comunica por lo emocional con un auditorio
intelectualmente básico.
¿Cuál es el valor dialéctico de la provocación?
Pasar a una confrontación en la que el provocador cree tener mejores
posibilidades.
La identidad nacional
permite que el individuo gris ingrese en un colectivo glorioso. De allí que el
nacionalismo atraiga a tanto bobo.
El sistema ideológico permite argumentaciones muy
llamativas que fascinan al partidario ignorante porque no las entiende.
La clave de la conducta narcisista es PARECER.
Normalmente debajo de las camisetas y los tatuajes no hay discurso, porque no
hay argumentos.
La libertad democrática consiste, como decían los
griegos, en que no nos gobiernan hombres, sino leyes.
Si el discurso pierde fuerza argumentativa y sube la
carga emotiva, pasa a ser una forma preliminar de la violencia.
El político narcisista actúa buscando el
aplauso. Así, es incapaz de funcionar democráticamente; solo atina a la
demagogia.