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Filosofía y Lógica III

Si la filosofía moderna, con su crítica del sujeto, limita las especulaciones del filósofo a una discusión preliminar acerca de qué podemos conocer  (y no podríamos, por tanto, desarrollar ninguna filosofía sobre nada hasta que no tuviéramos alguna respuesta a ese problema), en el siglo XX aparece un tipo de crítica que se funda en una restricción adicional y lógicamente previa: ¿qué podemos decir que tenga sentido? Es decir, además de ser necesario determinar las condiciones de lo que podemos conocer o no, tenemos que determinar las condiciones de lo que podemos comunicar de manera legítima -lo que pone de relieve, de paso, un problema interesante: ¿es posible conocer algo que no podamos comunicar?; o dicho de otro modo, ¿es posible un conocimiento privado?

Un movimiento precursor de este enfoque es el llamado positivismo lógico, que puede ser entendido como su versión más extremista y menos flexible (los positivistas lógicos llegaron a la conclusión de que el único discurso con sentido era el de la ciencia). A pesar de este extremismo, que desde luego conduce a una comprensión insuficiente del problema, creo que su posición tiene la ventaja de ofrecer una visión clara de los asuntos básicos y sirve como punto de apoyo para una reflexión más refinada (la que se hará luego, por ejemplo, desde la filosofía analítica).

La crítica del positivismo lógico llama la atención sobre el hecho de que antes de examinar si un determinado discurso es verdadero o falso, debemos considerar siquiera si tiene sentido, esto es, si cumple con las exigencias que permitirán interpretarlo y, por tanto, permitirán buscar los medios de su verificación. La razón de que se produzcan sinsentidos (y la filosofía es una disciplina que tiende a generarlos con profusión) está en que los usuarios del lenguaje conocen, aunque sea de manera implícita, las exigencias gramaticales de este uso, pero ignoran sus exigencias lógicas. Veamos los siguientes ejemplos:

1.           Sur Australia hemisferio país.
2.           Madrid es la capital de Australia.
3.           Canberra es la capital de Australia.
4.           Bolivia es la capital de Australia.
5.           Dios es tres personas en una.

Para cualquier usuario normal del castellano, la primera serie de palabras es incomprensible pues no cumple con los requisitos gramaticales que rigen la construcción de nuestras oraciones. Quien las oiga o las lea quizás piense que se han descontextualizado, por ejemplo, de alguna lista de palabras relacionadas con un tema geográfico, pero en todo caso está claro que presentadas así no forman oración y, en consecuencia, es absurdo hablar de verdad o falsedad en referencia a ellas. En los ejemplos 2 a 5, en cambio, tenemos oraciones gramaticalmente correctas, sólo que con estructuras lógicas diferentes. Para un usuario del castellano medianamente instruido, la oración 2 es falsa y la oración 3 es verdadera; se trata de oraciones cuya estructura gramatical y lógica nos conducen con facilidad a los contextos y referencias necesarios para verificarlas. Con las oraciones 4 y 5, en cambio, hay problemas lógicos más serios.

Cuando alguien atribuye la capitalidad de Australia a la ciudad de Madrid, está claro que no tiene sus conocimientos geográficos al día, pero al menos sabe que Madrid es una capital. Atribuirla a Bolivia, sin embargo, parece indicar que ni siquiera se entiende el concepto de “capital”, o que no se sabe a qué tipo de entidades corresponden los nombres propios que se están usando. Se trata de una confusión de categorías que, aunque no afecta la forma gramatical, tampoco permitiría decir si lo que se ha dicho es verdadero o falso. Es, precisamente por eso, un sinsentido.

En la oración 5 el problema es un poco más profundo. No podemos hablar de confusión de categorías porque tampoco es fácil reconocer categorías. Sabemos que no tiene sentido atribuir la capitalidad de un país a otro país, pero no sabemos si es posible atribuir a Dios la categoría de persona o si, en caso de serlo, es posible (para Dios o para cualquier ente que pueda ser tratado como persona) que sea tres personas simultáneamente (y tampoco deberíamos arriesgarnos con el concepto de simultaneidad tratándose de un ser eterno, según la literatura). Por supuesto, ese sería el problema principal si pasáramos por alto o tuviéramos resuelto el uso de “Dios” en cualquier oración, dejando de lado la dificultad, comparativamente menor, de definir el concepto de “persona”. Ahora bien, adviértase -y esta matización no la subraya el positivismo lógico- que hay una diferencia importante entre la violación de un orden categorial definido (países y capitales en el discurso de la geografía) y la formulación de oraciones en un contexto en el que no se han aportado las categorías o las definiciones de conceptos. En un caso podemos declarar sin vacilar que se ha producido un sinsentido: existen las reglas y se han infringido; en el otro, diríamos que se trata de un uso lingüístico en el que no se han dado las condiciones de sentido. Para los fines de la comunicación, el matiz es irrelevante: el "receptor del mensaje" no está en condiciones de entender ninguna de las dos expresiones.



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