Si
la filosofía moderna, con su crítica del sujeto, limita las especulaciones del filósofo a
una discusión preliminar acerca de qué podemos conocer (y no podríamos, por tanto, desarrollar ninguna filosofía sobre nada hasta que no tuviéramos
alguna respuesta a ese problema), en el siglo XX aparece un tipo de crítica que
se funda en una restricción adicional y lógicamente previa: ¿qué podemos decir que
tenga sentido? Es decir, además de ser necesario determinar las condiciones
de lo que podemos conocer o no, tenemos que determinar las condiciones de lo
que podemos comunicar de manera
legítima -lo que pone de relieve, de paso, un problema interesante: ¿es posible conocer
algo que no podamos comunicar?; o dicho de otro modo, ¿es posible un
conocimiento privado?
Un
movimiento precursor de este enfoque es el llamado positivismo lógico, que puede ser entendido como su versión más
extremista y menos flexible (los positivistas lógicos llegaron a la conclusión
de que el único discurso con sentido era el de la ciencia). A pesar de este
extremismo, que desde luego conduce a una comprensión insuficiente del
problema, creo que su posición tiene la ventaja de ofrecer una visión clara de
los asuntos básicos y sirve como punto de apoyo para una reflexión más refinada
(la que se hará luego, por ejemplo, desde la filosofía analítica).
La
crítica del positivismo lógico llama la atención sobre el hecho de que antes de
examinar si un determinado discurso es verdadero o falso, debemos considerar siquiera
si tiene sentido, esto es, si cumple con las exigencias que permitirán
interpretarlo y, por tanto, permitirán buscar los medios de su verificación. La
razón de que se produzcan sinsentidos (y la filosofía es una disciplina que
tiende a generarlos con profusión) está en que los usuarios del lenguaje
conocen, aunque sea de manera implícita, las exigencias gramaticales de este
uso, pero ignoran sus exigencias lógicas. Veamos los siguientes ejemplos:
1. Sur
Australia hemisferio país.
2. Madrid es la capital de Australia.
3. Canberra es la capital de
Australia.
4. Bolivia es la capital de
Australia.
5. Dios
es tres personas en una.
Para cualquier
usuario normal del castellano, la primera serie de palabras es incomprensible
pues no cumple con los requisitos gramaticales que rigen la construcción de
nuestras oraciones. Quien las oiga o las lea quizás piense que se han
descontextualizado, por ejemplo, de alguna lista de palabras relacionadas con
un tema geográfico, pero en todo caso está claro que presentadas así no forman oración y, en
consecuencia, es absurdo hablar de verdad o falsedad en referencia a ellas. En los
ejemplos 2 a 5, en cambio, tenemos oraciones gramaticalmente correctas, sólo
que con estructuras lógicas diferentes. Para un usuario del castellano
medianamente instruido, la oración 2 es falsa y la oración 3 es verdadera; se
trata de oraciones cuya estructura gramatical y lógica nos conducen con
facilidad a los contextos y referencias necesarios para verificarlas. Con las
oraciones 4 y 5, en cambio, hay problemas lógicos más serios.
Cuando
alguien atribuye la capitalidad de Australia a la ciudad de Madrid, está claro
que no tiene sus conocimientos geográficos al día, pero al menos sabe que
Madrid es una capital. Atribuirla a Bolivia, sin embargo, parece indicar que ni
siquiera se entiende el concepto de “capital”, o que no se sabe a qué tipo de
entidades corresponden los nombres propios que se están usando. Se trata de una
confusión de categorías que, aunque no afecta la forma gramatical, tampoco
permitiría decir si lo que se ha dicho es verdadero o falso. Es, precisamente
por eso, un sinsentido.
En
la oración 5 el problema es un poco más profundo. No podemos hablar de
confusión de categorías porque tampoco es fácil reconocer categorías. Sabemos
que no tiene sentido atribuir la capitalidad de un país a otro país, pero no
sabemos si es posible atribuir a Dios la categoría de persona o si, en caso de
serlo, es posible (para Dios o para cualquier ente que pueda ser tratado como
persona) que sea tres personas
simultáneamente (y tampoco deberíamos arriesgarnos con el concepto de
simultaneidad tratándose de un ser eterno, según la literatura). Por supuesto, ese sería el problema principal si
pasáramos por alto o tuviéramos resuelto el uso de “Dios” en cualquier oración,
dejando de lado la dificultad, comparativamente menor, de definir el concepto
de “persona”. Ahora bien, adviértase -y esta matización no la subraya el
positivismo lógico- que hay una diferencia importante entre la violación de un
orden categorial definido (países y capitales en el discurso de la geografía) y
la formulación de oraciones en un contexto en el que no se han aportado las
categorías o las definiciones de conceptos. En un caso podemos declarar sin
vacilar que se ha producido un sinsentido: existen las reglas y se han
infringido; en el otro, diríamos que se trata de un uso lingüístico en el que
no se han dado las condiciones de sentido. Para los fines de la comunicación,
el matiz es irrelevante: el "receptor del mensaje" no está en condiciones de entender ninguna de las dos expresiones.