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La argumentación como fundamento de la racionalidad

Los estudios sobre la comunicación, tal vez influidos por los aspectos tecnológicos del fenómeno, se han centrado especialmente en la relación entre el emisor y el receptor, investigando los factores relevantes para la transmisión y comprensión (o decodificación) del mensaje. Con ello se ha tendido ha descuidar una condición necesaria para que la comunicación se realice de manera efectiva, esto es, la evaluación y aceptación del mensaje por parte de quien lo recibe. Comunicar significa "poner en común", lo cual, referido al conocimiento o a la información que en general forma parte de los mensajes que intercambian los seres humanos, es más que simplemente entender lo que se nos dice; es entender, criticar y "devolver" el resultado de esta crítica (que sólo en pocos casos puede ser un acuerdo sin observaciones) para corregir y ajustar eso que se supone que es "común". Sin embargo, sabemos que la mayor parte de los medios de comunicación son vehículos de mensajes unidireccionales ante los que los receptores tienen poca, por no decir ninguna, posibilidad de responder.

La argumentación es el modo de avalar ciertas ideas, ciertas decisiones o ciertas prácticas. Argumentar es dar razones, explicar, justificar, aportar la información que hace creíble una afirmación o hace aceptable una decisión. En el plano interpersonal, la argumentación es lo que posibilita las relaciones y la convivencia; en el plano social, es lo que distingue la calidad democrática de un estado. Porque la democracia no depende sólo de la existencia de un mecanismo electoral sino, ante todo de un "metabolismo" eficaz de la racionalidad colectiva, lo que significa reducir al mínimo los espacios sociales argumentativamente estériles. En este sentido, la universidad es, prima facie, una institución paradigmáticamente democrática, mientras que las instituciones eclesiásticas suelen ser, en general, racionalmente inertes, no obstante lo cual hay pseudo-universidades organizadas y dirigidas mecánicamente como escuelas elementales y hay espacios religiosos abiertos capaces de reflexión y de comunicación con otros grupos. No hay espacio social que no pueda petrificarse o revitalizarse intelectualmente según las circunstancias.

No es racional creer lo que alguien nos diga sin más, aunque sea alguien de confianza. "Confía en mí" no es un argumento, y pedir explicaciones al que nos habla de esta manera tampoco equivale a poner a prueba su credibilidad. De hecho, la credibilidad de las personas no mejora con los argumentos; si no creemos en lo primero que nos dice (por desconfianza en la persona) tampoco tenemos por qué creer en lo que diga a continuación. Lo que los argumentos mejoran es la aceptabilidad de aquello por lo que se está argumentando, incluso si lo dice alguien en quien no confiamos demasiado. Por otra parte, hay cosas que no son fáciles de creer sin importar quien las cuente. Supongo que las personas que se enteraron del atentado de las Torres Gemelas por la declaración de otro habrán pedido muchas explicaciones antes de aceptarlo (habrán corrido hasta un televisor, probablemente). Somos racionales no sólo porque somos escépticos (ponemos en duda) sino porque la duda nos lleva a la argumentación. La buena argumentación es el modo racional de producir creencias razonables y es el modo en que conseguimos pasar de la creencia espontánea al conocimiento.

Está claro que hay un problema en torno al término "verdad". Se supone que las proposiciones son verdaderas cuando describen de manera correcta un estado de cosas en el mundo. El problema está en que no tenemos acceso a una situación especial en la que podamos comparar el lenguaje con el mundo para decidir que una proposición es verdadera. Si uno de los términos de la comparación es el lenguaje, entonces la posición desde la que comparamos debe ser a-lingüística, es decir, privada y, por tanto, incomunicable. Desde el momento en que usamos el lenguaje para establecer verdades, cada producto lingüístico queda expuesto a la duda, de modo que lo más parecido a una proposición verdadera para nosotros es una proposición suficientemente argumentada, esto es, sostenida por una red de creencias aceptables de acuerdo con ciertos criterios compartidos: el testimonio de muchos es más fiable que el testimonio de pocos, una teoría científica establecida es más fiable que un mito, la percepción directa es más fiable que un testimonio verbal, etc.

En la relación entre lo verdadero (aún en la versión débil presentada antes) y lo aceptable se da una suerte de paradoja: ni la verdad comporta aceptabilidad ni la aceptabilidad implica verdad. El atentado al WTC contado por un señor que pasa es verdadero, pero no es aceptable, mientras que un diagnóstico avalado por seis médicos es aceptable, aunque eventualmente resulte equivocado. Pues de lo que se trata es de que, a pesar de los fallos ocasionales, hacer caso a lo que nos dice un transeúnte nos expone más al error que al acierto, así como atender a un conjunto de opiniones expertas suele tener mejores resultados que ignorarlas. Lo racional, como descubrió Descartes, está en el método.




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