Wittgenstein suele fascinar a los estudiantes de filosofía más por su biografía que por su obra. En los pormenores de su vida se encuentran cantidad de anécdotas extravagantes que revelan el genio y la neurosis del personaje. He aquí algunas.
Influido por la obra de Tolstoi, tenía constantes dudas acerca de la utilidad de su trabajo como filósofo, pensando siempre si no sería mejor dedicarse a algo de mayor provecho. Hizo los cursos necesarios y se convirtió en maestro de escuela elemental, ejerciendo durante seis años en distintos pueblos de montaña austríacos. Dados el escaso talento de sus estudiantes y su falta de paciencia, adquirió la poco pedagógica costumbre de estimularlos a golpes, lo que puso fin a su carrera el día en que dejó inconsciente a uno de sus alumnos menos robustos. Años más tarde, un lugareño lo recordaría como “aquel loco de remate que pretendía enseñar matemáticas superiores a nuestro niños de primaria”.
Era bastante hipocondríaco, de modo que cuando tuvieron que operarlo de una hernia exigió que le administraran anestesia local y que instalaran un espejo para poder ver el trabajo del cirujano.
Su vida amorosa es igualmente sorprendente. Era un homosexual que se avergonzaba de ello, lo que explica que propusiera matrimonio a una amiga con la condición de no mantener nunca relaciones carnales, proyecto que la dama no aceptó. A su joven amante, el matemático Francis Skinner, lo convenció de dejar la universidad para buscar, también, una ocupación “productiva”. Skinner se hizo jardinero primero y luego mecánico, con la natural desaprobación de su familia. En los años treinta decidieron emigrar a la Unión Soviética y convertirse en obreros, pero después de un viaje exploratorio cambiaron de idea. Wittgenstein se fue distanciando del devoto Skinner, quien moriría de poliomielitis en 1941, a los veintinueve años.
Durante la Segunda Guerra Mundial movió influencias para conseguir trabajo en el Guy’s Hospital de Londres (los Wittgenstein movían influencias para perjudicarse: durante la primera guerra, Paul, a quien acababan de amputar un brazo, molestaba a sus contactos para que consiguieran la manera de mandarlo de nuevo al frente). En el Guy’s “Su trabajo consistía en llevar pastillas desde la farmacia del hospital hasta las salas, donde al parecer aconsejaba a los pacientes que no las tomaran”. Sorprendió a los médicos proponiendo un procedimiento de preparación de ungüentos más eficaz que el que venían usando. Luego, trabajando en el laboratorio de dos médicos que estudiaban un trastorno respiratorio, inventó un método de medición del pulso que resultó de gran utilidad.
Su faceta de diseñador está coronada por la Wittgenstein Haus, proyectada para su hermana Gretl. Ludwig era un maestro de obras exigente: cuando comprobó que un cielorraso había quedado dos centímetros más bajo de lo previsto ordenó hacer el trabajo de nuevo, para desesperación de trabajadores y clientes. Era enemigo de toda ornamentación, por lo que la iluminación dependía de simples bombillos en su portalámparas sin ningún tipo de pantalla.
Su familia no era menos original. Tres de sus hermanos se suicidaron. Hans se ahogó intencionalmente en la bahía de Chesapeake, en Estados Unidos, en 1902. Rudi, un año más tarde, entró en un café de Viena, pidió al pianista que tocara una canción titulada “Abandonado estoy”, ordenó un vaso de leche y, sentándose en una mesa, lo bebió con una dosis de cianuro. Kurt, por su parte, se suicidó hacia el final de la Primera Guerra, avergonzado por la insubordinación de las tropas a su cargo, que en lugar de obedecerlo prefirieron huir en desbandada. El único sobreviviente de los varones, aparte de Ludwig, fue Paul, al que seguía en edad. Paul era pianista pero perdió su brazo derecho en la primera guerra, a pesar de lo cual siguió dando conciertos para mano izquierda que encargaba a compositores como Ravel, Prokofiev o Strauss.
Wittgenstein era de la edad de Hitler y asistió durante un tiempo a la misma escuela que éste, en Linz, por lo cual se especula sobre la posibilidad de que hayan compartido clase alguna vez. De haber hecho amistad, quizás la familia Wittgenstein podría haberse ahorrado la fortuna gastada en sobornar a las autoridades nazis para que los clasificaran como mestizos y no como judíos en tiempos del Tercer Reich. Pero a pesar de las pérdidas materiales y alguna noche de cárcel, sobrevivieron todos.
Más y mejor información sobre el personaje puede encontrarse en Wittgenstein, de Ray Monk, una buena biografía que equilibra lo biográfico con lo filosófico, y en La familia Wittgenstein, de Alexander Waugh, abundante en anécdotas de toda la estirpe.