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Sobre pactos

Al político le resulta más cómodo gobernar con mayoría. Pero en un sistema parlamentario (o sea, no presidencialista) se piensa en una asamblea plural en la que cada fuerza haga valer sus ideas en la medida determinada por los votantes. La actual coyuntura política en España está poniendo a prueba las oxidadas o precarias competencias dialécticas y lógicas de nuestros políticos; la falta de práctica es evidente.


Desde el punto de vista dialéctico (esto es, relativo al debate como interacción), siempre dará mejores resultados un debate entre perspectivas múltiples que un debate entre sólo dos o tres posiciones, por la sencilla razón de que habrá más contribuciones tanto en el plano de la información (porque el conocimiento de los participantes se suma) como en el de la crítica (porque hay más inteligencias capaces de captar relaciones lógicas, de hacer deducciones o de detectar fallos). 

Pero esto sólo es posible si los agentes de estas perspectivas son individuos racionales. Y ser racional no es sólo cuestión de inteligencia y conocimiento (que desde luego nunca vienen mal), sino sobre todo de actitud. La persona más culta e inteligente puede ser obcecada, sorda ante las opiniones ajenas, prejuiciosa, etc.; y el individuo más sencillo puede ser un excelente dialéctico sólo por ser capaz de escuchar y hacer preguntas oportunas ­–la única virtud que se atribuía Sócrates, por cierto.


Sobre el modelo de un pacto de dos partes, pueden proponerse las siguientes normas de buenas prácticas:

1-       No vetar interlocutores a priori. En la fase de pactos muchos se apresuran a determinar ciertas exclusiones,  declarando con quien no se va a pactar en ningún caso. En un contexto democrático, es muy mala señal que haya partidos que corten la comunicación con otros (salvo la forma primitiva de comunicación que representan los insultos) y los votantes deben tomar buena nota de ello. Si se considera imposible tratar con algún grupo, los políticos deben evaluar cuidadosamente e informar de las razones por las que ocasionan esa merma de calidad al sistema.

2-       Elaborar meditadamente un programa común. Deben compararse los programas para ubicar: 1- los puntos similares en los dos programas, 2- los puntos aceptables (que están sólo en uno de los dos, pero que la otra parte considera incluibles en el suyo), 3- Los puntos rechazables (están en uno de los dos y la otra parte se niega a incluirlo en el programa común). Deben hacerse los debates necesarios para asegurarse de que se entiende bien lo que se acepta o se rechaza, haciendo esfuerzos para maximizar lo primero y minimizar lo segundo.

3-       Priorizar. Cuando se tiene mayoría se aspira a la realización total del programa, pero cuando se gobierna en pacto se trata de fijar unos mínimos de participación en el programa común. Para ello es indispensable establecer prioridades, pues obviamente preferimos que se incluyan los puntos que consideramos más importantes. Suele intentarse hacer concesiones en puntos de menor importancia a cambio de ventajas en los asuntos principales. Es una jugada legítima pero que no engaña a nadie si  hay mucha diferencia entre lo que se cede y lo que se pretende; sin embargo, en la zona media de la tabla de prioridades hay un espacio de negociación interesante.
Quizá la mayor ventaja de hacer un análisis como este es evitar pérdidas de tiempo a personas y organizaciones si se detectan rápidamente incompatibilidades insalvables.

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