La idea básica en la que se funda la crítica lógica del
lenguaje es que para controlar la calidad de las comunicaciones verbales que
empleamos para describir el mundo (aquellas que calificamos como verdaderas o
falsas) necesitamos atenernos a varios tipos de reglas: 1) reglas gramaticales,
que estipulan cómo organizar los símbolos verbales (palabras) para producir
fórmulas válidas (oraciones del castellano, en nuestro caso); 2) reglas
epistémicas, que señalan el modo de comprobar directamente que una oración es
una proposición verdadera (describe adecuadamente un estado del mundo); 3)
reglas lógicas, que determinan a- el modo de organizar los componentes lógicos
de la proposición y, b- el modo de de inferir unas proposiciones de otras (pues
no todas las proposiciones basan su verdad en reglas epistémicas).
Para la mayoría de las lenguas, las reglas gramaticales han sido estudiadas desde antiguo, y no suele haber demasiados problemas para reconocer las oraciones legítimas de cada idioma. Una mala construcción gramatical es fácil de reconocer incluso por usuarios del lenguaje que no conocen reflexivamente las reglas, y puede hacer que aquello que se ha dicho o escrito mal sea completamente ininteligible. En cuanto a las reglas epistémicas -relativas al conocimiento en general-, estas han sido objeto de discusión filosófica al menos desde Platón y han tendido a ser absorbidas modernamente por reglas epistemológicas -relativas al conocimiento científico-, pero su status sigue siendo filosófico: aún tenemos distintas teorías de la verdad. Las reglas lógicas, por su parte, son las que, a partir de Frege, se entienden como problema esencial del lenguaje -y, por tanto, problema previo de toda discusión filosófica.
La relevancia de la perspectiva lógica se ve mejor cuando se entiende la relación del concepto de teoría con cualquier discurso. Una teoría consiste en una serie de términos que sirven para construir proposiciones básicas y en una serie de reglas que sirven para derivar nuevas proposiciones a partir de las anteriores. Las proposiciones básicas suelen llamarse axiomas, y las derivadas, teoremas. Los problemas científicos se plantean como teoremas que deben ser demostrados, es decir, como proposiciones que se suponen consistentes con la teoría y, por tanto, deberían estar conectadas con los axiomas por una cadena de inferencias. A veces, la imposibilidad de conectar la proposición problemática con la teoría de referencia lleva a proponer una nueva teoría.
La esencia de la actitud filosófica es tratar los problemas como si necesitaran una teoría. Nuestra vida como usuarios del lenguaje y del conocimiento se mueve en el horizonte de la teoría, esto es, nos conducimos con toda clase de supuestos cuya raíz lógica no hemos aclarado. Nuestras opiniones políticas, morales o religiosas no siempre son principios y rara vez somos capaces de “explicarlas” como inferidas a partir de principios. Las sostenemos por costumbre, porque las hemos heredado, porque nos procuran más amigos que otras opiniones, etc. Se adaptan bien a nuestras necesidades psicológicas y prácticas, en el sentido de que no generan demasiado conflicto, y por tanto no reflexionamos sobre ellas. Empezamos a hacer filosofía cuando intentamos reconstruir la trama lógica que permitiría presentar nuestra opinión ingenua como parte de un discurso articulado.
Para la mayoría de las lenguas, las reglas gramaticales han sido estudiadas desde antiguo, y no suele haber demasiados problemas para reconocer las oraciones legítimas de cada idioma. Una mala construcción gramatical es fácil de reconocer incluso por usuarios del lenguaje que no conocen reflexivamente las reglas, y puede hacer que aquello que se ha dicho o escrito mal sea completamente ininteligible. En cuanto a las reglas epistémicas -relativas al conocimiento en general-, estas han sido objeto de discusión filosófica al menos desde Platón y han tendido a ser absorbidas modernamente por reglas epistemológicas -relativas al conocimiento científico-, pero su status sigue siendo filosófico: aún tenemos distintas teorías de la verdad. Las reglas lógicas, por su parte, son las que, a partir de Frege, se entienden como problema esencial del lenguaje -y, por tanto, problema previo de toda discusión filosófica.
La relevancia de la perspectiva lógica se ve mejor cuando se entiende la relación del concepto de teoría con cualquier discurso. Una teoría consiste en una serie de términos que sirven para construir proposiciones básicas y en una serie de reglas que sirven para derivar nuevas proposiciones a partir de las anteriores. Las proposiciones básicas suelen llamarse axiomas, y las derivadas, teoremas. Los problemas científicos se plantean como teoremas que deben ser demostrados, es decir, como proposiciones que se suponen consistentes con la teoría y, por tanto, deberían estar conectadas con los axiomas por una cadena de inferencias. A veces, la imposibilidad de conectar la proposición problemática con la teoría de referencia lleva a proponer una nueva teoría.
La esencia de la actitud filosófica es tratar los problemas como si necesitaran una teoría. Nuestra vida como usuarios del lenguaje y del conocimiento se mueve en el horizonte de la teoría, esto es, nos conducimos con toda clase de supuestos cuya raíz lógica no hemos aclarado. Nuestras opiniones políticas, morales o religiosas no siempre son principios y rara vez somos capaces de “explicarlas” como inferidas a partir de principios. Las sostenemos por costumbre, porque las hemos heredado, porque nos procuran más amigos que otras opiniones, etc. Se adaptan bien a nuestras necesidades psicológicas y prácticas, en el sentido de que no generan demasiado conflicto, y por tanto no reflexionamos sobre ellas. Empezamos a hacer filosofía cuando intentamos reconstruir la trama lógica que permitiría presentar nuestra opinión ingenua como parte de un discurso articulado.